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El diablo “vive” 136 años en la Casa de Dios

Fue colocado en 1879 y hasta ahora no deja de sorprender la presencia de la encarnación de la maldad en un lugar cristiano. ¿Qué diablos hace en la Catedral?

Es domingo al mediodía y un turista ateo ingresa a la Catedral de Arequipa. Como era de esperarse no se persigna, apenas atina a retirarse el sombrero de la cabeza por pedido del personal de seguridad. Cámara en mano y mochila en la espalda, sigue su curso dentro del recinto religioso, hasta que se detiene frente a una imagen que llama su atención.
–¡Es verdad! –dice el cajamarquino mientras alista su cámara para apretar el disparador– hay un diablo en la Catedral.
Hace 136 años Belcebú, Lucifer, el maligno, el demonio, la bestia, Satanás, Belial, el enemigo o  el tentador, “vive” en la principal iglesia católica de la Ciudad Blanca, para admiración de los  turistas quienes separan un espacio en su periplo para visitar esta figura, no importando si antes de ello, pensaban en nunca entrar a las basílicas.
El demonio es parte del púlpito más importante de la Catedral que está a escasa distancia del altar mayor, que es donde el arzobispo dirige misa para los cristianos.
Fue representado en madera de encina –pesada y dura para trabajar-. Tiene apariencia humana hasta altura del vientre para luego deformarse en una cola de serpiente que se enrosca bajo el púlpito. Su rostro es adusto, con una ligera abertura en la boca que denota sus labios carnosos, una nariz perfilada y pronunciada y sus profundos ojos que provocan cierto temor con sus formas desafiantes. Tiene dos cuernos en la frente que adornan su larga cabellera. Su antebrazo izquierda está sobre su frente, como si le pesara el cargar con la estructura. De su espalda emergen alas similares a las míticas gárgolas.
La diabólica figura tiene en su espalda el peso del púlpito, lugar donde subían los oradores cristianos para desplegar sus enseñanzas con una retórica que la feligresía admiraba pasmada. Por encima del maligno, detalladamente aparece la figura de ángeles, más arriba los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Juan y Lucas), quienes rodean, como una guardia sagrada, la deslumbrante figura de Jesús. Toda una obra de arte cuyos autores fijaron armoniosamente. ¿Pero cómo llegó el diablo a este lugar?
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Francisca Javiera Lizárraga de Álvarez Comparet, años antes de su muerte ocurrida en 1867, ordenó en su testamento que su casa fuera vendida para que con ese fondo se done un púlpito a la Catedral. Por aquella época, la población solía donar dinero u elementos religiosos para recuperar parte de los tesoros, piezas litúrgicas e implementos que el templo perdió en el voraz incendio de 1844. La propiedad se vendió a 6 mil 27 pesos.
En el libro de actas del Cabildo Eclesiástico (1877) se detalla que  tuvieron que pasar un periplo para buscar al artista que se encargue de construir esta obra de arte. Buscaron en Arequipa, Lima y Cusco, las tres ciudades donde destacaban los maestros en estas artes, pero no encontraron al adecuado. Así que decidieron  extender esta labor en Francia, encargando la función al ministro plenipotenciario del Perú en dicha nación, Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, arequipeño proveniente de una familia muy conocida en la tierra del Misti.
Hasta que logró encargar la construcción de esta obra religiosa en el taller de Charles Buisine – Rigot, ebanista y escultor de la ciudad francesa de Lille. Este artista construyó importantes esculturas, altares, paneles en iglesias como Saint Maurice, Saint Etienne, Saint Michel, Saint André y Sainte Catherine.
Alrededor de 15 meses les demoró a los artesanos franceses  acabar con esta obra que costó 25 mil francos. Se desconoce quién ordenó que se tallara al demonio en la base. De todos modos, las 16 cajas conteniendo las piezas del púlpito arribaron al puerto de Mollendo, en 1879, cuando en el país ya había comenzado la Guerra del Pacífico ante los chilenos. El diablo llegó en tiempos de turbulencia.
El historiador Víctor Benavente detalló que el artista Mariano Lorenzo Bedoya y un equipo de artesanos y carpinteros como Dámaso de Romaña, se encargaron del armado de las piezas del púlpito de madera, con la asistencia del cónsul de Francia, Eduardo Posignon, quien debió traducir el manual al castellano.
Fue el 16 de diciembre del mencionado año, cuando al fin se erige la polémica obra que tiene como principal atractivo al demonio, la encarnación del mal y de lo opuesto a los mandamientos que dicta la iglesia. Desde esa fecha el diablo “vive” en la Catedral y se “resiste” a salir de ella.
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Dante Zegarra López, investigador de la historia religiosa en Arequipa, apuntó que la representación del diablo no significa una apología a lo oscuro, sino todo lo contrario. Lo que muestra es el triunfo del bien sobre el mal, la caída y sometimiento al maligno con la fuerza que ejerce Dios.
La de Arequipa es quizás la única Catedral en el planeta que tiene al demonio adentro. No obstante, existen pinturas e imágenes que también grafican a un ser maligno vencido por la divinidad.
Su presencia durante más de un centenar de años inspiró varias historias, como la de doña Mariquita, una dama entrada en años, a quien se le habría aparecido el mismísimo demonio del templo. E incluso, hace poco en el mapping realizado por la Municipalidad Provincial, se inspiraron para la representación de una lucha entre el ángel maligno contra el Tuturutu, estatua de la pileta de la Plaza Mayor.
Hace 136 años, el diablo de madera está condenado a oír misa todos los días, por su atrevimiento. Está rodeado de las  divinidades, de los santos, de las vírgenes celestiales, escucha los sollozos de la gente, sus súplicas y rezos y está destinado a no liberarse del castigo. Don diablo vive en la Casa de Dios.
Por: Lino Mamani A.
Foto: Jorge Esquivel Z.
Fuente: Diario El Pueblo

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